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Tesis:

La revista ARA: arte religioso actual (1964-1981).


  • Autor: GARCIA CRESPO, Elena

  • Título: La revista ARA: arte religioso actual (1964-1981).

  • Fecha: 2011

  • Materia: Sin materia definida

  • Escuela: E.T.S. DE ARQUITECTURA

  • Departamentos: IDEACION GRAFICA ARQUITECTONICA

  • Acceso electrónico:

  • Director/a 1º: DELGADO ORUSCO, Eduardo
  • Director/a 2º: BLASCO RODRIGUEZ, Carmen

  • Resumen: ARA es el término latino para designar el montículo, la piedra o la construcción, empleados como altar sagrado en ritos religiosos. En el culto católico es la mesa consagrada donde se celebra el sacrificio y, al mismo tiempo, banquete eucarístico de la misa. Símbolo del mismo Cristo y centro de la congregación de los fieles cristianos. También, en otro orden de cosas, es el imperativo del verbo “arar”, acción que prepara el terreno para poder sembrar. Seguramente, toda esta capacidad evocadora no fue casual en la elección de la sigla ARA, como cabecera para una publicación de Arte Religioso Actual, empeñada en surcar el complejo mundo de la creación. Su primer número apareció en julio de 1964 al calor del impulso revitalizador del Concilio Vaticano II- editada por el Movimiento Arte Sacro, fundación benéfico- docente creada nueve años antes, en febrero de 1955, en el seno del convento dominico de Atocha, en Madrid, para estímulo y orientación de artistas y artesanos en el terreno del arte religioso, así como para la formación artística y estética del clero. Es probable que también la elección del nombre de la citada fundación no sólo pretendiera poner de manifiesto el carácter dinámico o la dirección hacia dónde se movían sus intereses: la promoción del arte sacro, sino que su acrónimo, MAS, fuera escogido por permitir un sutil juego de palabras con el signo sumatorio de la cruz, símbolo cristiano por antonomasia. Iniciativa liderada por el dominico madrileño José Manuel de Aguilar Otermin más conocido como el padre Aguilar, su intensa labor al frente del MAS a favor de la renovación del arte religioso, le llevó a fundar y dirigir la revista durante sus diecisiete años de existencia, ofreciendo a sus lectores la réplica española del panorama renovador que se venía fraguando desde hacía varias décadas en los países centroeuropeos animadores del Movimiento Litúrgico. Aguilar y sus colaboradores recogieron el testigo de otras publicaciones especializadas, como la francesa L’Art Sacré, dirigida por los influyentes dominicos Cocagnac y Couturier promotor este último de la Iglesia de Ronchamp y el Convento de la Tourette, quienes se distinguieron por su promoción de las artes de vanguardia dentro de la Iglesia; la belga Art d’Eglise, dirigida por el benedictino Fredéric Debuyst desde la Abadía de San Andrés, en Brujas, en la cual el propio Aguilar preparó, un interesante número dedicado al arte religioso español en 1963, ensayo previo al lanzamiento de ARA. En Italia, Fede e Arte, editada por la Comisión Pontificia Central de Arte Sacro o Chiesa e Quartiere (Iglesia y Barrio), promovida por el cardenal Lercaro, así como en Alemania, Das Münster (La Catedral), dirigida por Hugo Schnell, jugaron un papel similar. Los fundamentos ideológicos de ARA quedaron claros desde su primer editorial en el que presentaron sus intenciones. Adoptaron, desde una perspectiva posconciliar cuyo objetivo era conseguir un cristianismo más vivo y comunitario, una triple misión formativa, informativa y crítica, abierta a todos aquellos involucrados en el quehacer del arte religioso y promoviendo su estrecha colaboración. La participación en ella de teólogos, liturgistas, arquitectos, artistas, historiadores, restauradores, etc., contribuyó a la elaboración de un juicio crítico constructivo y riguroso sobre los temas tratados, configurando un completo elenco multidisciplinar al debate sobre el arte sacro en nuestro país. En la vertiente formativa, su labor consistió en divulgar las directrices emanadas de la Constitución sobre Sagrada Liturgia, intentando transmitir criterios objetivos fiables que sirvieran de base a las realizaciones prácticas. Se buscaban nuevas iglesias que recuperasen su primitivo sentido etimológico del griego ecclesia, lugares de asamblea donde lograr la máxima participación activa de los fieles en el culto, acordes a los renovados postulados de esencialidad, sencillez y pobreza. Y, a ser posible, en sintonía con el arte contemporáneo, asumido como traductor del Misterio en formas sensibles. Su vocación apostólica, característica de la Orden de Predicadores a la que perteneció su Director les llevó a difundir con esmero todas las iniciativas artísticas de contenido religioso que reunieran calidad y actualidad, con especial atención a la arquitectura eclesial más novedosa. Así, en sus páginas tuvieron cabida ejemplos notables, obra de excelentes arquitectos de la época como Moya, Fisac, García Pablos, Fernández del Amo, La-Hoz, García de Paredes, Carvajal, Corrales, Molezún, Cubillo de Arteaga, y un largo etcétera, quienes además contaron con la participación de reputados artistas como Jorge Oteiza, Carlos Pascual de Lara, Lucio Muñoz, Pablo Serrano, José Luis Sánchez, Joaquín Vaquero Turcios, José Luis Alonso Coomonte, Carlos Muñoz de Pablos, José María Labra, Venancio Blanco, José María Subirachs, y otros tantos que se escapan en una somera enumeración. ARA fue revista de pequeña tirada, unos 2.500 ejemplares que se distribuyeron exclusivamente por suscripción a Comisiones Diocesanas de Arte Sacro, curia episcopal, seminarios, conventos, museos, numerosos arquitectos y Colegios de Arquitectos de toda España, algunos artistas y particulares. Subsistió siempre deficitaria gracias a las aportaciones voluntarias de simpatizantes y bienhechores, muy relacionados con el entorno directo de José Manuel Aguilar. A lo largo de sus diecisiete años de publicación mantuvo una periodicidad trimestral durante quince años, salvo un par de números puntuales y los últimos ocho números de la colección (63/64-69/70), que se concibieron como ediciones dobles cada seis meses, respondiendo a un cambio de criterio editorial. Se dejó de imprimir en julio de 1981, agrupándose sus setenta números en ocho volúmenes, más uno de índices que se preparó posteriormente. Compuesta por una media de cuarenta páginas por ejemplar, salvo la media docena de números dobles, no escatimaron en abundantes ilustraciones, siempre en blanco y negro para optimizar costes debido a su exiguo presupuesto. La calidad de sus contenidos y la solvencia de su plantel de colaboradores la convirtió poco menos que en imprescindible para quien quisiera estar informado de lo que acontecía en torno al arte religioso del momento, y puso de relevancia las aportaciones que en materia de arquitectura sacra y artes plásticas se produjeron en aquellas décadas, tanto en nuestro país como fuéra de nuestras fronteras.